El trabajo de un profesor universitario de primer curso es, en mi opinión, muy similar al de los sargentos instructores que salen en las películas americanas. Ya saben, esos que ven bajarse del autobús una panda de melenudos indisciplinados que no saben por qué extremo del fusil se dispara y deben convertirlos en máquinas de matar. Yo tengo que convertirlos en… digamos en máquinas de asustar un poco, y eso incluye que aprendan a manejarse en un laboratorio científico. Ni que decir tiene que apenas tienen experiencia en el tema; yo, por mi parte, ya sé a qué atenerme.
Lo que es romper no rompen mucho, las cosas como son, pero su inventiva para las meteduras de pata es casi infinita. El resultado es doble: un modelo de negocio lucrativo para los fabricantes de material de laboratorio y un anecdotario para este que escribe. Otras veces no hay destrozos pero me quedo con la boca abierta al ver la forma en que manejan el material.
Permítanme que comparta algunas de mis experiencias más surrealistas.
¿Cómo funciona esto?
Con creciente frecuencia me encuentro en esta situación: un alumno llega y me dice que no sabe cómo funciona un aparato electrónico. Suele tratarse del cronómetro digital pero también puede ser una barrera fotoeléctrica o cualquier otro aparato. Al principio me levantaba de la silla y me dirigía a la práctica, apesadumbrado porque esos cacharros suelen ser caros y no es fácil reemplazarlos, sobre todo en estos tiempos de apretarse el cinturón.
Ahora ya no me preocupo tanto porque he desarrollado el protocolo de actuación en estos casos. Consiste en plantarme frente a la práctica, mirar fijamente al aparato y decir con voz seria algo del tipo “lo que te voy a decir no es la solución para todo, pero enchufarlo suele ayudar” Sí, así es ¡ni se molestan en comprobar que el aparato esté enchufado a la corriente! Como sé lo que viene a continuación también añado una coletilla: “y si pulsas el botón de encendido, miel sobre hojuelas”. Por lo visto creen que con enchufar basta. Pues no.
Conectando los bornes
Cuando en las películas alguien quiere demostrar que una batería de coche está cargada –sea para arrancar otro coche o para darle picana al bueno de la película– suele conectar brevemente los cables de ambos bornes. Siempre me sorprende que el tío que salga de rositas con tan sólo unas chispas en lugar de quedarse frito en el sitio. Imagino que será como amartillar la escopeta, una especie de anticipación a lo que te espera.
Más de un alumno, y más de dos, lo han hecho en mi laboratorio. Afortunadamente no con baterías de coche, o de otro modo la Universidad no ganaría para funerales y demandas, sino con fuentes de alimentación que tienen poco voltaje y amperaje de salida. Por lo visto no les entra en la cabeza que conectando ambos polos de la fuente lo único que consiguen es cortocircuitarlo de inmediato. Suelen llamarme cuando se dan cuenta de que la fuente no funciona, pero algunos han llegado a cargársela delante de mis narices. Juntan los dos bornes, me miran con cara de embobados y me dicen “huy, no funciona” como un niño pequeño que ha tirado el móvil por el hueco de las escaleras. Y yo me quedo con cara de doblemente embobado, dudando sobre si sería pedagógicamente admisible coger al alumno por el cogote y tirarlo por el hueco de las escaleras.
Afortunadamente los daños se limitan al fusible, que para eso está; se cambia y listo. Alguien compró hace años una bolsa (varias, en realidad) de fusibles, y es el dinero mejor gastado que he visto nunca en un laboratorio de prácticas. Gracias a los fusibles nunca he tenido que comprar una fuente de alimentación, lo que dice mucho acerca de los ingenieros que las diseñaron. Por cierto, que una de esas fuentes es parte de una práctica sobre ley de Coulomb que está rota. Cada vez que pienso en intentar rescatarla leo el contador del aparato, recuerdo que es capaz de dar una tensión de varios kilovoltios y se me quitan las ganas de resucitarla.
El peligro de calentar cosas
Las prácticas de termodinámica incluían cosas como calentar agua y mezclarla con hielo en un termo, la típica práctica de calores específicos. El hielo debía picarse y para eso tenían que usar una picadora de carne que sonaba como una ametralladora disparando en un túnel. Nadie se dejó un dedo nunca pero la banda sonora era increíble, parecía el trueno de Thor y cuando la usaban por primera vez se hacía un silencio que se podía cortar con cuchillo.
Más peligro tenía el agua caliente. Había hornillos eléctricos y jarras metálicas para calentar agua y jarras metálicas. Supuestamente tenían que coger la jarra, echarle agua, calentarla en el hornillo y luego verterla en el termo, pero algunos alumnos decidieron matar dos pájaros de un tiro: calentaron el agua ¡usando el termo como recipiente! Nunca me lo hicieron a mí, pero yo he visto los restos de un termo con el fondo de plástico fundido así que me lo creo.
El siguiente paso consistía en tapar el termo y dejar que agua y hielo alcanzasen el equilibrio térmico. Para acelerar el proceso había una varilla recta que acababa en espiral. Se metía la espiral en el termo, se pasaba el extremo recto por un agujero de la tapa, se cerraba ésta y se agitaba suavemente. A pesar de que las instrucciones eran claras y exigían un agitado suave, algunos alumnos creían que el termo era un mortero y usaban la varilla como un pilón. No necesitaba mirar para saber cuándo lo hacían, bastaba con el sonido de cristal machacado.
El resultado más habitual en esos casos era la muerte del termo, que aunque por fuera parece sólido en su interior es poco más que un par de finas láminas de vidrio. No os digo nada de los despistados que introducían la varilla al revés, con la espiral por fuera y el extremo recto por dentro. En ese caso el equilibrio térmico tardaba una eternidad (lógico, ya que apenas estás agitando el líquido) y el efecto mortero aparecía con mayor virulencia si cabe.
La tapa del termo disponía de un segundo orificio para introducir el termómetro. Un día el coordinador decidió dar un salto a la modernidad y comprar termómetros digitales. Un extremo tenía un cabezal blanco con el display digital en el que se leía la temperatura; el otro extremo, recto, se introducía en el líquido.
¿Os sorprenderé si os digo que algunos alumnos lo usaban al revés? Sí, metían el cabezal en el agua caliente y sacaban la punta medidora por el agujerito de la tapa. Poco duraron los termómetros en esas circunstancias, y uno tras otro fueron encontrando la muerte térmica; bueno, más bien la muerte por ignorancia. Hubo que volver a los termómetros de vidrio y líquido coloreado de toda la vida.
Como veréis estoy usando el tiempo pasado. Con el paso de licenciatura a grado los alumnos dejaron de aprender termodinámica en primero, y hoy día mi laboratorio no usa esas prácticas. Tengo el material guardado por si algún día vuelve a necesitarse, incluyendo media docena de termómetros de vidrio y líquido coloreado… por si acaso.
Presión y temperatura
Con el advenimiento del nuevo milenio parece que la única forma de medir cosas sea mediante cacharros que arrojan el resultado en una pantallita. Imaginaos, por tanto, la sorpresa de muchos alumnos cuando necesitan conocer la presión y la temperatura en el laboratorio.
Para la presión tenemos un barómetro que es una maravilla. Es de los antiguos, de columna de mercurio, toda una pieza de museo que sigue cumpliendo su función a la perfección sin necesidad de pilas. Tiene una doble escala, en milímetros de mercurio y milibares, y cabría pensar que los alumnos, que han visto tantos barómetros de mercurio en su vida como unicornios rosas, puedan confundirse al ver un dispositivo analógico de medición de la presión atmosférica. No lo hacen, al menos no a menudo. Lo que les confunde es el termómetro que hay a su lado.
El termómetro del laboratorio tiene medio metro de largo, está rotulado con números grandes y cuelga de la pared justo a la derecha de donde estoy sentado. Cuando un alumno me preguntan cuál es la temperatura del laboratorio me limito a señalar con un dedo el termómetro mientras sonrío a estilo “si es un lobo te come”. Eso no es malo. Lo que me preocupa es que, con creciente frecuencia, aparecen alumnos que no saben leer bien el termómetro. Al principio creí que se confundían porque el indicativo numérico puede indicar la raya gorda de arriba o la de abajo en la escala, así que reforcé el mensaje con una pegatina que dejaba claro qué temperatura correspondía a qué raya.
¿Qué dejaba claro? ¡Ja! Una alumna se quedó un rato mirando el termómetro, se volvió hacia mí y balbuceó “pero esto… ¿cómo se mide?” ¡Era incapaz de leer la temperatura! Era como si no supiese leer una regla milimetrada o un calendario de pared. Y no es el primer alumno al que le sucede eso este año. ¿Tan acostumbrados están a los termómetros digitales que no saben cómo funciona uno analógico?
Panel con sorpresa
La práctica de momentos de fuerza consiste en un conjunto de poleas y pesos que se colocan sobre un plancha vertical. Como las poleas están imantadas y la plancha es de acero pueden deslizarse hacia arriba, hacia abajo, hacia los lados, como uno quiera. Eso es muy útil a la hora de colocar los elementos de la práctica en la posición deseada.
Pero al parecer los alumnos no saben el truco del imán, así que se pasan un rato intentando trabajar con las poleas en posición incómoda, creyendo que están poco menos que atornilladas al panel vertical. Algunos atinan y mueven las poleas, pero cuando veo que no lo consiguen tengo que acercarme yo y mostrarles que la polea está imantada y que se puede mover. ¡Menuda cara ponen!
Lo gracioso es que sucede semana tras semana, año tras año. Este año estoy pensando seriamente en poner un letrero en el panel que diga “las poleas pueden moverse libremente” Se lo escribiría en el manual de prácticas de laboratorio pero dudo que se lo lean. En serio, me hacen preguntas que podrían responderse ellos mismos si se hubiesen leído el guión de prácticas. Como esto siga así voy a tener que reformatear el manual y escribirlo en forma de mensajes de Twitter. Pero eso de leer es historia para otro día.
PUNTO EXTRA. ¿Quién será el primero en acertar la película de la que se extrajo la imagen de portada de este post?
¿Pijama para dos? Título en español, no recuerdo cuál era el original. Los protagonistas eran Rock Hudson, en la foto, y Doris Day.
Premio para el caballero
Monkey business?
¿Comorl? Que es Rock Hudson, no Tom Cruise 🙂