Historias de Burocracia Central

La resistencia es fútil, humanos insignificantes

Los imperios mueren, las sociedades desaparecen, la burocracia es eterna. No recuerdo dónde leí una frase parecida, pero me parece bastante acertada. Todos hemos tenido conflictos con el papeleo de un modo u otro, en ocasiones hasta extremo sabsurdos.

Estoy acostumbrado al papeleo y las instrucciones absurdas en mi puesto de trabajo; o al menos, eso creía. Lo que sigue a continuación es real y me sucedió a mí hace unas semanas en el transcurso de mi trabajo. Bienvenidos a la rutina de Burocracia Central.

CERTIFICADOS DIGITALES DEL INFIERNO

El Departamento de Asuntos Chachipirulis me envía un correo sobre un proyecto que les envié hace unos días. Básicamente me regañaban porque no había cumplido las instrucciones. Debí subir los documentos a una web concreta y luego enviarles una copia por email.

Vale, reconozco que se me olvidó enviarles la copia por email, aunque me resulta sorprendente que la necesiten, porque si les llegó la documentación por los canales designados ¿para qué quieren otra copia? En cuanto a enviar los documentos por la web, no pude hacerlo por la sencilla razón de que durante el período de convocatoria dicha web sencillamente no existía.

El caso es que lo intento y me llevo una sorpresa: necesito un certificado digital. Mi Universidad está en plan oficina electrónica, y me parece genial, a ver si así se ahorra tiempo y dinero. Pero muchos profesores no tienen certificado digital. No hay obligación de ello, así que la Uni habilita una forma de enviar documentos sin certificado pero con validez legal: básicamente te metes en tu acceso identificado y eso ya vale. Pues por algún motivo, Asuntos Chachipirulis exige que tengas certificado digital, y si no olvídate de enviarles nada. Les llamé por teléfono y se lo dije, pero les dio igual. Me decían que, si no podía pedirlo yo, ellos me lo gestionaban sin problemas.

Para que conste, yo ya tengo ese certificado para uso personal en mi ordenador de casa, me lo saqué hace años, pero me fastidió esa insistencia, y además tengo el problema de que mi ordenador del trabajo va bajo Linux. Quienes trabajen con el pingüino saben que en teoría todo va como la seda, pero en la práctica surgen mil y una pejigueras. Si no puedo conectar mi ordenador con la impresora del Departamento, a ver cómo consigo un certificado que valga.

Hace poco tuve que renovar mi certificado personal en casa y fue misión casi imposible. Por lo visto la FNMT, que suele conceder estos certificados, dice que solamente pueden usarse los navegadores Firefox e Internet Explorer. Resulta que con Firefox hay problemas técnicos, ya que por lo visto, las versiones más actuales no son compatibles con los certificados. Al final la única solución viable fue desinstalar Firefox, reinstalar una versión vieja (¡cuidado, que se actualiza automáticamente!), obtener el certificado, exportarlo, actualizar Firefox y cruzar los dedos.  No tenía la menor intención de pasar por lo mismo, así que le comenté a mi interlocutor de Asuntos Chachipirulis todo el cotarro.

 Y aquí fue cuando me dejó tieso. Su respuesta fue algo así como “bueno, ¿y no puedes instalar Internet Explorer en Linux y te sacas el certificado?” Internet Explorer en Linux. INTERNET EXPLORER EN LINUX.

Para quien no entienda de informática, eso es algo así como meterle diésel a un coche de gasolina, ponerle ruedas de camión y esperar que arranque. Internet Explorer lo hizo Microsoft para su sistema operativo Windows. Puede que haya formas de instalarlo en Linux, pero prefiero gastar mi tiempo en aprender a reprogramar el Voyager 2 o algo así. Aparte de eso, soy de los que utilizo Internet Explorer solamente una vez para descargar el instalador de Firefox. Y para rematar la faena, Internet Explorer está más desactualizado que los Pecos.

Me quedé de una pieza. Al final me fui por la línea de menor resistencia: me traje el portátil de casa, subí los archivos con mi certificado digital y asunto arreglado. Ahora a esperar el resultado de la convocatoria (lleva ya una semana de retraso), y lo mismo me echan atrás por no haber usado “alumnado” en lugar de “alumnos” o alguna chorrada parecida.

SEGURIDAD EN EL TRABAJO

El laboratorio que coordino sufrió la caída de una lámpara hace más de un mes (post aquí), tengo un cable eléctrico colgando a un metro sobre la cabeza y algún día me electrocutaré con él; eso si no me enveneno con el botiquín, porque lo más moderno que tenemos allí (un blíster de paracetamol) caducó en 2012. Afortunadamente tenemos un servicio de riesgos laborales que vela por nosotros.

O quizá no tan afortunadamente. Hará un mes o dos el Servicio de Riesgos Laborales me envió un correo adjuntando la ficha sobre los riesgos en mi lugar de trabajo, con una petición de que les firmase y enviase el recibí de turno. ¿Contiene esa ficha los posibles riesgos de una intoxicación por medicamentos caducados? No. ¿Por una electrocución? Tampoco. ¿Por pincharme el lápiz en el ojo? Tampoco. De hecho la ficha no contenía nada… porque no había ficha.

Les respondí que estaría encantado en firmarles el recibí de la ficha de riesgos laborales cuando me enviasen la ficha de riesgos laborales. Se tomaron su tiempo, pero al fin la recibí. Eso sí, el nombre del adjunto era algo raro. No le di importancia y comencé a leer. Entre otras cosas me recomendaban que no pisase el rastrillo, que tuviese cuidado de no tropezar con los setos y cosas así. Me extrañó, y de repente entendí el porqué del nombre del adjunto: JARDINES007.pdf

¡Me habían enviado la ficha de riesgos laborales de los jardineros de la Universidad! A mí, un profesor de Universidad, que lo más cerca que estoy de la jardinería en mi trabajo es cuando les doy calabazas a los alumnos. A lo mejor me sirve para salvar la vida cuando cruzo el aparcamiento de camino a la parada del autobús pero poco más.

Les envié un mensaje diciendo que enhorabuena, al menos esta vez han enviado una ficha, y que si la próxima trata de mi lugar de trabajo o tiene algo remotamente que ver con docencia universitaria les firmaré el recibí de inmediato. Sigo esperando respuesta.

En el apartado positivo, la cuestión del cable de la muerte quedó finalmente resuelta. El protocolo estándar pasaba por avisar a mantenimiento, cosa que hicimos. Los chicos de mantenimiento lo pusieron en su cola de tareas, lo que significa que se pasarían por el laboratorio en cuestión de cuatro meses. Preocupado por mis responsabilidades como coordinador, llamé a Riesgos Laborales para explicarle sel problema y, sobre todo, para preguntarles qué debía hacer yo. ¿Dejo las cosas como están y espero, o pongo cordones policiales estilo CSI para advertir del peligro?

Lo que siguió a continuación queda envuelto en la niebla de la burocracia. Riesgos Laborales no me dijeron nada, ni que cerrase el laboratorio ni que no; pero algo debieron hacer, porque a la mañana siguiente me llamaron del Decanato sobre el tema. Media hora después los de mantenimiento hicieron su aparición en el laboratorio y arreglaron el problema. No sé qué hice (o no hice) para conseguir eseresultado, pero llevo desde entonces devanándome los sesos para averiguarlo.

 En un gloriosodía de doblete, esa misma mañana conseguí que me cambiasen los medicamentos del botiquín del laboratorio. En este caso el mérito corresponde a McGyver, el manitas del departamento. Bien por él.

ENCUESTA, QUE ALGO QUEDA

Es hora de reconocerlo: las encuestas al profesorado no sirven para nada útil. No conozco un solo caso en que las opiniones de los alumnos, esas que recoge la Universidad primorosamente cada año, hayan ayudado a mejorar la docencia, castigar a un profe manta o premiar a uno bueno. Solamente sirven para que la Uni se de palmaditas en la espalda y los jefazos se crean eso de que vamos mejorando. Lo siento, chavales, es lo que hay.

Recuerdo una vez que, en una reunión del consejo de departamento, el director nos leyó los resultados de las encuestas a nivel departamental. Por lo visto, nuestro departamento quedaba unas décimas encima de los promedios del grado, la facultad, la Universidad y el resto del Universo conocido. Todo hubiera quedado así de no ser por un compañero que inocentemente preguntó por los márgenes de error estadístico de esas encuestas. Resulta que se puntúa de 0 a 5, y aunque los números se dan hasta la centésima el margen de error es enorme. Lo habitual es tener cifras del tipo “3,54 ± 1,22” Con una cota de error tan grande, el valor estadístico cae a cero; pues con eso y todo allí estábamos, celebrando que 3,34 era mayor que 3,12 y olvidando el error de ± 1,5. Como podéis imaginar, la pregunta de mi compañero (incisivo y astuto donde los haya) no fue tan inocente. Por cierto, no hemos vuelto a discutir las cifras de las encuestas en consejo de departamento.

Normalmente las encuestas se hacen en clase, lo que significa que perdemos casi una hora de clase (los alumnos rellenando papeles y yo esperando en el pasillo, no vaya a ser que mi presencia coarte la libertad de elección de los chavales). Unos meses después nos dan los resultados, y a otra cosa. No sé por qué, quizá por eso de que estamos en el siglo XXI o algo así, pero el caso es que el año pasado mi Uni decidió pasar del rollo ese de mirar papeles y contar a mano, y decidió que las encuestas serían online.

En efecto, en lugar de coger a los alumnos en el aula y hacerles rellenar la encuesta en papel, de modo anónimo, se decidió que ellos lo hiciesen por su cuenta en casa, perdiendo su tiempo libre; y aunque se supone que la encuesta es anónima, el estudiante tiene que registrarse y entrar en el acceso identificado con su DNI y su contraseña.

¿Qué podría salir mal?

Les daré una pista: de 54 alumnos matriculados en mi asignatura el año pasado, respondieron la encuesta diez.

No hay que ser un genio para darse cuenta de que una encuesta con un 18% de respuestas es de todo menos significativa. La Unidad de Habas Contadas aprendió la lección, de forma que este año volvieron al sistema tradicional. No sé cuántos alumnos podrán encuestar porque el día de encuesta es el último de la asignatura, justo antes de las vacaciones, pero al menos las cosas están volviendo a la normalidad.

Juro por mi peluche de Android que lo creí. Hasta que, hace pocos días, recibí un correo que comienza así: “La Unidad de Habas Contadas le informa de que se encuentra abierto el periodo para la evaluación online de la actuación docente del profesorado correspondiente al primer cuatrimestre de los estudios de grado del curso académico 2018/2019.,,

Evaluación online. Claro. Seguro que este año todo va como la seda. De hecho, puede ser espectacular en cuanto los alumnos se den cuenta de que podrán votar dos veces (presencialmente y online). Los alumnos que me odien lo van a pasar en grande.

Mi respuesta fue tan breve con sencilla: “¿En serio? Porque el proceso online del curso pasado ha funcionado taaaan bien…” No me han respondido.

Pero en el fondo, ¿qué se yo de esas cosas de estadística y prospectiva sofisticada? Sólo soy un profesor de Física. Lo mismo funciona bien y todo.

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