Una de las cosas que más me ha sorprendido en el reciente comunicado de la CRUE es el del sello de identidad. Concretamente dice que “La presencialidad es el sello de identidad de la gran mayoría de nuestro sistema universitario, no una cuestión anecdótica o un capricho de los rectores y rectoras”.
Dejando aparte lo del capricho, no hay que confundir la identidad con la costumbre. Que hagamos algo no implica necesariamente que sea algo definitorio de nuestra identidad, o que sea la mejor opción mejor posible. Hace medio siglo podría haberse dicho que la clase magistral era el sello de identidad de la Universidad, o que hace un siglo lo era la presencia exclusivamente masculina.
Creo, por el contrario, que si algo debería ser signo identitario de la Universidad debería ser la innovación, el cambio, la actualización hacia mejores modelos de docencia e investigación. En ese sentido, todo lo que ayude a mejorar debe ser bueno.
¿Es buena la docencia online? Hay mucho debate al respecto. Llevamos ya años experimentando con opciones no presenciales, como por ejemplo los famosos cursos MOOC. En este sentido, mi Universidad hizo un esfuerzo al respecto, aunque a tenor del listado de cursos ofertado se queda muy lejos de lo deseable. Vamos, que está bien tener un MOOC sobre Sierra Nevada o sobre emprendimiento, pero nos quedamos muy, muy lejos de los Coursera de Stanford, o incluso de MiriadaX. Me pasé años intentando desarrollar un MOOC para la UGR (acabé haciéndolo por mi cuenta), y créanme, sé de lo que hablo cuando digo que nos hemos quedado muy atrás.
La Universidad española ha apostado por la máxima presencialidad como algo deseable. En circunstancias normales podría estar de acuerdo con esta afirmación, o bien podría discutirla hablando de las posibilidades de la docencia online; en estas circunstancias de pandemia descontrolada, donde las tasas de incidencia y fallecimiento supera nuestras peores pesadillas, la presencialidad debe pasar a segundo plano ante la seguridad de las personas. Afortunadamente tenemos multitud de herramientas técnicas para hacerlo.
Cuando nos cayó encima el primer confinamiento, nadie sabía qué hacer ni cómo. Universidades como la mía prepararon todo tipo de iniciativas de forma precipitada y casi a la desesperada. No discutiré si mi Universidad, o las demás, lo hizo bien o mal. Es evidente que no estábamos preparados y tuvimos que improvisar, algunos mejor que otros. Personalmente me asombro de la iniciativa y la inventiva desplegadas por algunos de mis compañeros. Cuando, en las postrimerías del confinamiento, mi Rectora afirmó en junio de 2020 que “la Universidad de Granada, casi cinco siglos presencial, en 48 horas pasó a ser una universidad necesariamente virtual”, sus palabras indicaban claramente los problemas a que nos enfrentamos.
Siete meses después, ¿podemos decir que estamos preparados para la docencia online? En parte sí, pero como todo en la vida, es cuestión de dinero, tiempo y esfuerzo. Tras un semestre online casi en su totalidad sólo unas pocas clases de mi facultad están equipadas con cámaras para docencia síncrona, los profesores no hemos recibido casi preparación al respecto y las cosas funcionan más por la iniciativa de unos pocos que por un esfuerzo sistemático. Les daré un ejemplo. Mi Universidad preparó una serie de vídeos formato webinar que luego se subieron y permiten al profesorado aprender sobre el funcionamiento de la plataforma docente PRADO (la que usamos para docencia). Esto, lo reconozco, me vino de perlas cuando tuve que aprender a usar PRADO hace un par de semanas para hacer mi examen online. ¿Problema? Esos vídeos se hicieron sobre la marcha, con unos profes enseñando a otros en formato charla. Nadie se ha preocupado en actualizarlos para convertirlos en un curso coherente y bien desarrollado. El último vídeo está fechado el 25 de mayo.
Otro ejemplo. Nuestros informáticos montaron algo llamado PRADO EXAMEN, para paliar las carencias de nuestros sistemas PRADO durante los exámenes online del curso pasado. Ahora la web sigue, pero avisa que PRADO EXAMEN ya no funciona y hay que usar el PRADO de siempre, que no tiene herramientas específicas para examen (nos apañamos con los cuestionarios y tareas.
En general, me ha dado la impresión de que mi Universidad (y vuelvo a hablar de la que conozco, pero quizá sea extrapolable a otras) se limitó a tomar algunas medidas como hidrogel o cámaras, cruzar los dedos y esperar lo mejor. Resultado: la semipresencialidad nos duró dos semanas. Después, vuelta a las clases online, pero aprovechando cualquier oportunidad para recordar que lo presencial es mejor. Si hubiésemos optado por el Escenario B (online total) desde el primer día, hubiéramos prestado una valiosa contribución a la sociedad en lugar de mantener a miles de alumnos confusos y nerviosos.
Parece que no nos tomamos la pandemia en serio, y me cuesta oír a algunos compañeros hablar como si, tras un par de meses de dificultades, de repente volviésemos a vivir en el país de la piruleta. Pues no será así, amigos y enemigos. Incluso si el virus desapareciese mañana, las cosas no serían igual que antes. Y eso incluye la docencia online.
No hay problema en buscar el concurso del sector privado para potenciar las actividades de la cosa pública; no hay más que ver quién está fabricando ahora las vacunas contra la covid (con fondos públicos y cierta polémica, sí, pero lo hacen). No es casualidad que la la mejor herramienta que la Universidad puso en nuestras manos es de carácter privado. En octubre de 2020 se aprobó la tasa Google. En aquel entonces los de Cupertino eran el mal y había que freírlos a impuestos. No niego ese punto, pero es justo reconocer esto: seis meses después, Google Meet nos había salvado el curso. Sin ellos, jamás hubiese existido docencia online en mi Universidad, y sospecho también que en las demás.
Pero ni siquiera Google puede arreglarnos todos los problemas. Necesitamos mejor infraestructura en hardware y en software. Necesitamos servidores informáticos más robustos. Necesitamos profesores bien formados, preparados y dispuestos. Sobre todo porque la nueva normalidad se parecerá a la vieja como un huevo a una castaña. Los tiempos del profesor dando clases ante un conjunto de alumnos como única forma de docencia es ya cosa del pasado. La docencia online está aquí para quedarse, nos guste o no.