[Reflexiones I] [Reflexiones II]
Recién acabado el semestre se nos planteó la duda: ¿examen online o presencial? Los dos tienen sus apoyos y sus detractores. La evaluación presencial la sabemos hacer mejor los profesores, controlamos mejor el ambiente y resulta más fácil de corregir; la online es más segura frente a contagios pero exige no sólo cambiar el chip sino, en ocasiones, recurrir a herramientas tecnológicas novedosas, y en ocasiones polémicas.
Los alumnos de mi Universidad se enfadaron mucho cuando les dijeron que no se utilizarían herramientas de proctoring en los exámenes online. Ya en Mayo la UGR dijo que de proctoring, nada; pero luego afirmaron que se podían usar cámaras para vigilar a los alumnos en su propia casa, lo que no sentó nada bien a los estudiantes.
Quizá será que el término está mal entendido. Yo tampoco sabía qué era eso del proctoring, y sigo teniendo mis dudas. Según la Wikipedia es “una técnica que permite la realización de pruebas de evaluación donde se encuentre el estudiante y que pueden ser monitorizadas y vigiladas” La CRUE asocia el término a técnicas biométricas como reconocimiento facial, y la UGR prohíbe el uso de “herramientas de proctoring que lesionen el derecho a la intimidad del interesado o la intromisión domiciliaria tales como el uso de técnicas biométricas de reconocimiento facial”.
Ha habido un largo e improductivo debate sobre qué es aceptable en los exámenes online y qué no, y en particular sobre qué puede hacerse sin traspasar las fronteras de la privacidad personal; no me voy a extender en ese punto. Lo que sí es importante es tener en cuenta que la evaluación online nos presenta nuevos problemas, sobre todo los derivados de la identificación de los alumnos. ¿Cómo asegurarnos de que cada cual es quien dice ser? Una ayuda es la restricción de entrada en el aula de Google Meet, PRADO/Moodle o similar. Sólo los alumnos que tengan su email oficial (en nuestro caso, del tipo alumno@go.ugr.es) pueden acceder; y por supuesto, los profes tenemos la lista de acceso y podemos controlar quién se conecta, cuándo y durante cuánto tiempo.
Corrección: podemos controlar qué cuenta se conecta. Si un alumno le pasa su clave a un compañero, nosotros no podemos detectarlo. Podemos verificar la identidad de los alumnos asistentes a un examen presencial mediante el DNI, pero hacerlo online exige el uso de herramientas de identificación biométrica. Por ese motivo la CRUE considera que el formato online ha de ser el último recurso: “la realización de exámenes telemáticos conlleva la implementación de unas medidas extraordinarias y con complejas derivadas legales y técnicas en el ámbito de la protección de datos y la identificación de quienes se examinan”.
Lo que no me gusta es que se utilicen las dificultades legales o técnicas para negar la posibilidad de exámenes online y asegurar que no son garantes de un proceso de evaluación fiable y justo: “Con las pruebas presenciales lo único que se pretende es proteger a esa inmensa mayoría de estudiantes que afrontan su formación con honestidad, transparencia y responsabilidad” (mismo documento). Sí, hay fraudes online; también los hay presenciales. Llevamos años con problemas tales como las chuletas electrónicas (un pinganillo, un compi en el lavabo de al lado y listo) y nunca he visto que se tomen medidas para atajarlo.
Es evidente que la evaluación online nos descoloca. No es de menos, dada la panoplia de herramientas a disposición de los alumnos tramposos. Prefiero no mencionar ninguna de ellas aquí, pero es evidente que las posibilidades de hacer trampas son mucho mayores que en la docencia presencial.
¿Qué se puede hacer al respecto?
No podemos hacer exámenes online de la misma forma que los hacíamos offline. Preguntas tipo “explícame la ecuación de continuidad” son una invitación a abrir la Wikipedia y copypastear de forma despiadada. Es preciso cambiar la forma de plantear los exámenes.
Por si os sirve mi experiencia al respecto, hace unos días hicimos el examen final ordinario de mi asignatura (Física I) en forma online. La prueba constaba de cuatro cuestiones de teoría y tres problemas. Para evitar que se pasasen las soluciones, creé un banco de cuestiones y configuré el examen para que las preguntas se escogiesen de forma aleatoria. De esa forma cada alumno tiene un examen distinto. Eso sí, me pasé casi una semana aprendiendo a usar el sistema y luego creando el banco de cuestiones (casi 50 preguntas de teoría y 120 problemas).
La corrección también ha sido una muerte a pellizcos, ya que cada alumno tiene un examen distinto. Tardé casi tres días en terminar el proceso de calificación, pero lo conseguí. La experiencia de este curso me servirá, y mucho, para mejorar en el futuro. Por ejemplo, hace unos días aprendí de un compañero cómo programar el sistema para crear múltiples variantes de un problema.
Eso sólo en lo que respecta al examen final. Seguro que si eres compañero estarás pensando en evaluación continua, calificación de prácticas de laboratorio, de seminarios… todo laborioso pero podemos hacerlo. Para eso nos pagan.
Pero eso no significa que descartemos de plano la posibilidad de los exámenes presenciales, que no es cosa de ir de un extremo del péndulo al otro. Hay casos en que son convenientes, incluso necesarios. Mientras escribo estas líneas estoy a pocos días del examen extraordinario. En este caso habrá muchos menos alumnos que en el ordinario, así que hemos decidido hacerlo presencial. No es lo ideal en plena pandemia, pero ¿cuándo tenemos una herramienta ideal que sirva en cada ocasión? Nunca. Hemos de calibrar las opciones y escoger el menor de los males. Pero hagámoslo con cabeza, pensando en el bien general antes que en nuestra comodidad profesional.