Manazas en el laboratorio (primera parte)

¿Veis estas alumnas tan cuidadosas y concentradas? No son de mi clase

Un laboratorio de prácticas de Física no suele ser el lugar donde se hacen descubrimientos dignos del premio Nobel, sino más bien un recinto donde los alumnos aprenden a cacharrear y obtener conclusiones.  Yo suelo decirles que es como aprender a conducir un coche: en lugar de dejarte suelto en una carretera de verdad, aprendes en un descampado donde las probabilidades de atropellar a alguien son mínimas. En la mayoría de los casos, con que sepan hacer el experimento sin romper demasiadas cosas y luego hacer un guión decente, ya vamos bien.

Hay muchas formas de hacer mal las cosas, y siempre creo que me las conozco todas, pero de vez en cuando un alumno especialmente innovador me enseña que aún tengo mucho por aprender. Con los años he ido acumulando un conjunto de experiencias dignas de ser reseñadas, y ahora voy a compartir algunas con vosotros.

Lo que vais a leer a continuación pasó realmente en el laboratorio de Física General 2 de la Facultad de Ciencias (Universidad de Granada). Vamos allá.

Calentar, mezclar, medir

Cuando Física General era una asignatura de anual teníamos un apartado de Termodinámica. Los experimentos típicos pasaban por calentar agua, ponerla en contacto con hielo o agua fría, y a partir de ahí obtener cantidades como calores de fusión o calores específicos. Lo que significa calentar, mezclar y medir temperaturas. Todo muy sencillo, ¿verdad?

Comencemos por calentar el agua. En principio es algo tan sencillo como llenar de agua un cazo metálico, ponerlo al fuego en un hornillo eléctrico y luego verter el agua en un termo, o como decimos para que suene más fino, en un vaso Dewar. Ya habéis visto ese tipo de termos en casa, básicamente son un vaso de paredes de vidrio muy finas, rodeado por un recipiente de plástico. Es lo último que deberías poner al fuego, y el manual de prácticas era muy claro: nunca calentar el agua en el vaso Dewar. Hasta en negrilla lo poníamos y todo.

¿Hace falta decirlo? En efecto: había alumnos que llenaban el vaso Dewar de agua y lo ponían al fuego directamente sobre el hornillo eléctrico. A poco que te despistases, ya tenías que comprar otro termo. Aún tengo en  el laboratorio un par de vasos de Dewar con el fondo de plástico derretido, que sorprendentemente aún funcionan. Muchos otros fueron directamente al cubo de la basura.

Tras calentar el agua, la mezclas con agua fría o hielo. Para mezclarla, la tapa del termo tiene un agujerito por donde pasa una varilla de acero. Dicha varilla acaba en una espiral que permite un mejor contacto con el agua.

Pues algunos alumnos creían que la espiral era para sujetarla mejor ¡y la insertaban al revés! Eso significa que lo único que entraba en el termo era una estrecha varilla de metal, con lo que tardaban una eternidad en mezclar el agua bien. La cara que ponían cuando pasaban los minutos y el agua no llegaba a temperatura uniforme era todo un poema; y eso que yo era bueno y les acababa avisando del error que estaban cometiendo.

Más miedo me daba la gente que usaba la varilla en posición correcta pero con energía excesiva. Como dije, las paredes de los termos son de vidrio, muy finas y frágiles. Para protegerlas, están recubiertas por material plástico, pero aún así te las puedes cargar.

También avisábamos claramente en negrilla: el vaso Dewar es muy frágil, no lo uses como un mortero. Pues nada, algunos se entusiasmaban y parecía que estuviesen moliendo almendras. Si tenías suerte, podías avisar al alumno antes de que se cargase el termo; si no, a comprar otro. No sé dónde se compraban los termos en aquellos tiempos, pero me imagino la cara de sorpresa del vendedor cuando alguien volvía a por más.

Para rematar la jugada, la medición de temperaturas. La tapa del termo tiene un segundo agujerito por el que se introducía un termómetro tradicional, de los de líquido coloreado. La cosa fue bien (salvo por el patoso ocasional que se cargaba uno) hasta que alguien decidió sustituirlos por termómetros digitales. Son sencillos de usar, más resistentes y, en consecuencia, a prueba de alumnos manazas.

Salvo cuando alguien lo metía al revés.

Sí, algunos se creían que la zona gruesa donde se ve la lectura del termómetro tenía que estar sumergida. No se les ocurría que así era más difícil hacer el experimento, no sólo porque tienes que abrir la tapa (lo que hace que el calor se escape) sino porque… bueno, si la parte que te indica la temperatura está sumergida ¿cómo lo vas a leer?

Ahora ya no hacemos experimentos de “termo” y este tipo de problemas han desaparecido. Lo que me alegra un montón, ya que ahora las sesiones de prácticas son más tranquilas. Aun así…

(Continuará)

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